De premios, lealtades y castigos se han inspirado las líneas con que tristemente se han conformado algunas páginas en la historia de la Universidad de Guadalajara.
Con opacidad, corrupción y discrecionalidad por parte de quien ostenta sin menor pudor un autoproclamado liderazgo moral, se han manejado de forma desaseada los recursos públicos que ingresan a la máxima casa de estudios, muy lejos de la transparencia que debería caracterizar la rendición de cuentas en la universidad pública.
Es muy lamentable cómo de un tiempo acá la prioridad universitaria se ha circunscrito a las actividades extracurriculares, al relumbrón, a la farándula y al espectáculo por encima de la calidad educativa, el aumento de la matricula y el crecimiento y fortalecimiento de la academia.
En un absurdo extremo que se ha intentando justificar con el amplio concepto de la cultura, la Universidad se está deformando burdamente en una empresa cuyo principal giro tiene que ver con el espectáculo sin que a ciencia cierta se conozca el destino de los ingresos por concepto de tales negocios.
Aun así y ante la falta de transparencia, la Universidad por conducto de quienes la mantienen en un literal estado de secuestro, exige mayores recursos sin mejores argumentos que los golpes mediáticos a la vera de los amagos y la movilización de estudiantes como medida de presión para lograr con imposición lo que no pueden conseguir a falta de razón.
La Universidad de Guadalajara, organismo público cuyo presupuesto sólo es inferior al del gobierno del estado y subsiste con el dinero de los jaliscienses, jamás ha rendido cuentas ante el máximo órgano fiscalizador del estado con lo que mantiene una posición de oscuro privilegio en franco detrimento de la transparencia y rendición de cuentas que debería ser impulsada incluso desde el seno de la propia casa de estudios; condición que ya no es posible aceptar ante la creciente duda sobre el manejo honesto de los recursos que se le asignan.
La autonomía que le otorga la ley no la exime jamás de la flagrante turbiedad con que dispone, dirige y orienta el gasto que primordialmente debe aplicarse a la extensión de la cobertura educativa, al mejoramiento de la calidad en sus planes y programas académicos, al fortalecimiento institucional y a la mejora continúa de su oferta educativa.
Basta ya de usar a la Universidad de Guadalajara que le pertenece a los universitarios y no a un grupo de porros, para satisfacer las insaciables voracidades de élites anquilosados al poder, enfermos de codicia y erguidos aún sobre la sangre de quienes se atrevieron a denunciar sus perversas y malsanas prácticas. Que les pregunten a los universitarios que sí acuden a las aulas, para que cuenten sobre las instalaciones de los centros universitarios, sobre la calidad en la impartición de la educación o que simple y sencillamente les pregunten en que condiciones físicas se encuentran las aulas, talleres, laboratorios o sanitarios y las comparen con los ostentosos centros “culturales” propiedad de la misma Universidad.
El amague ha sido claro y la respuesta del ejecutivo estatal no podía quedar atrás, fiel a su innata capacidad dilapidatoria, Emilio González les prometió 300 millones de pesos más siempre y cuando el Congreso del Estado apruebe un endeudamiento hasta por dos mil quinientos millones de pesos para ejercicio fiscal del próximo año, por lo que de seguro los cabilderos pseudos-universitarios afilarán sus uñas para conseguir a toda costa la aprobación con la complacencia de las fracciones del PRI, PAN y PRD
Poca estatura moral y mediano raciocinio aducen quienes en su patético concepto universitario privilegian con dinero público el negocio particular antes que la responsabilidad por formar y educar a las nuevas generaciones.
Rendir cuentas es una asignatura pendiente de los funcionarios de la Universidad de Guadalajara que han reprobado en transparencia, manejo eficiente y honesto del dinero de los jaliscienses.
salcosga61@hotmail.com
*Nota
7 dic 2009
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